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martes, 18 de septiembre de 2018

EL ESPEJO



Se despertó sobresaltado. No era la primera vez que tenía ese sueño, venía repitiéndose desde su adolescencia y hoy, con 41 años, Santiago había perdido la esperanza de encontrarle un significado.
En el sueño, él se enfrentaba siempre al espejo. Podía entrar corriendo a una habitación y allí estaba el espejo. Otras veces, al voltear la mirada se encontraba con él,  o el espejo aparecía de la nada. Pero eso no era lo que más le molestaba del sueño, lo que lo hacía despertar sobresaltado era que cuando se reflejaba, él sabía que la imagen no era la de él. A pesar de ser un calco de su persona, los movimientos no coincidían con los suyos y, de pronto la imagen desaparecía.
 Santiago era abogado, se había casado a los treinta y seis años con Deborah, no tenían hijos y, como ella podía dejar una empleada en su negocio, viajaban periódicamente. Además Deborah traía novedades para su boutique.
          — ¿Y si nos vamos a Miami?  — Le dijo Santiago, un día.
     —Sería buenísimo. ¿Recuerdas esa casa mayorista textil, que tenía tan buenos precios?
—Sí, tuvimos que comprar dos maletas.
Cuatro días después de ese diálogo estaban en Miami Beach. Se instalaron en El Ramada Marco Polo, Hotel, sobre la avenida Collins. Por la tarde fueron a la playa. Al día siguiente visitaron el Bass Museum y luego se dirigieron a la Fábrica Textil.
    A  Deborah, con su nerviosismo habitual, no le alcanzaban los ojos para abarcar la gran cantidad de mercadería que había. Con tanto entusiasmo perdió de vista a Santiago entre la cantidad de gente que se agolpaba, ávida de sus compras.
  Pasados quince minutos de búsqueda lo divisó. Allí estaba con su metro noventa y su escaso cabello rubio —Se acercó y le dijo:
          — ¡Santiago!  ¿Dónde te habías metido?
          —Me llamo Henry —le contestó en un castellano con acento inglés.
          —No bromees Santiago, que estoy agotada  —le dijo sonriente, mirando sus ojos celestes
          —-Le aseguro que no soy Santiago, me llamo Henry  —le afirmó buscando su documento.
Fue ahí cuando reparó en la ropa que tenía puesta, no era la de su marido.
—Deborah! le dijo Santiago a sus espaldas —sin dejar de observar a ese individuo que tenía hasta sus mismos gestos.
Tras el asombro de Henry, le contaron que eran argentinos y lo invitaron a tomar un café en el Shopping.
        —Yo también tengo sangre argentina, mis padres me adoptaron en Mendoza. Visitar esa ciudad, es uno de mis temas pendientes —les dijo.
        —Nosotros somos de Buenos Aires pero mis padres son de Mendoza —le contestó Santiago.
 Se enteraron que las fechas de nacimiento coincidían.  
Cuando lo despidieron a Henry, éste les dejó un e-mail para seguir en contacto.
A esta altura, Santiago se preguntaba: ¿Sería adoptado, él también?... ¿Por qué, no?... Podían ser mellizos, o gemelos tal vez…
Recordó el sueño…
Al llegar a Buenos Aires, sin esperar más Santiago viajó a Mendoza. Les contó a sus padres, el encuentro con Henry y la coincidencia en la fecha de su nacimiento, con ese muchacho que había sido adoptado.
 Sus padres palidecieron.
—¿Por qué no me dijeron que yo también fui adoptado? —les dijo, con todo el rencor que puede encerrar semejante ocultamiento.
—No Santiago, eres nuestro hijo. Un ADN puede confirmarlo —le dijo la madre—.  
Cuando quedé  embarazada de ti, esperaba gemelos, pero al momento del nacimiento, me dijeron que no habían podido salvar a tu hermano. El cuerpito nunca lo vimos, tampoco lo pedimos, queríamos vivir la alegría de tu nacimiento, no la pena de una pérdida. Si nunca te lo dijimos, no sé si fue para no causarte un dolor innecesario o para no recordar nuestra pérdida.