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martes, 18 de septiembre de 2018

UNA VIDA OLVIDADA


Muy pocas veces Guillermo tomaba consciencia de sus sueños, pero lo curioso del caso es que sólo un sueño recordaba y siempre era el mismo: él se veía en la gran sala de un castillo medieval. En las gruesas paredes se veían escudos, grandes cuadros con pinturas, de diferentes personalidades, esculturas dispuestas en huecos de las paredes, como así también colecciones de espadas y sables. Cortinados de pana color púrpura   cubrían las altas aberturas de ese inmenso salón. Una gran mesa de roble con gruesa madera, ocupaba un extremo del recinto; las sillas tenían lonjas de cuero en el respaldo y en el asiento, sujetas con tachas cuadradas de bronce. Éstas conservaban la misma rusticidad de la mesa y eran el único mobiliario.
Al fondo de ese gran salón vacío, en el extremo opuesto había una mesita redonda, junto a una angosta ventanita por donde se filtraba algo de luz. Allí se encontraba él, acompañado de un hombre joven, alto, de cabello rojizo. Ambos estaban bebiendo envueltos en una acalorada discusión. En medio de esa polémica, Guillermo se despertaba.
Esa tarde vino  Ana María, era psicóloga y hacía dos años que estaban de novios. Él le contó que otra vez había tenido el mismo sueño.
—Una amiga de la Facultad —le había dicho Ana María—, me contó que fue a una parapsicóloga y le hizo recordar su vida pasada. Podemos pedir una entrevista, esta mujer vive en Buenos Aires.
—Yo no creo en esas cosas, te inventan cualquier fantasía —le contestó.
Una semana después Guillermo estaba viajando a Buenos Aires acompañado por Ana María, rumbo a la parapsicóloga.
Llegaron a la calle Charcas al 700, la mujer vivía en un lujoso departamento en un tercer piso.
Ana María entró con Guillermo a la sesión.
La parapsicóloga lo hizo que Guillermo se tendiera sobre un diván y —le preguntó:
— ¿Qué  desea conocer de su vida pasada?
—Simplemente me gustaría saber quién era.
— ¿Tal vez piensa que alguna habilidad suya le vino de vida anterior, o desea develar el origen de algún miedo irracional?
—No, sólo curiosidad —dijo Guillermo y se guardó muy bien de no hablar sobre el sueño.
          —Bueno entonces haremos una sesión libre, y usted irá donde su subconsciente le indique.
Le explicó que le haría hipnosis pero no perdería la conciencia, como ocurre durante el sueño y que un sector de su mente —el subconsciente— quedaría atento despierto y sentiría en su cuerpo los hechos.
Cuando a Guillermo le nombraron la palabra hipnosis, el miedo corrió como una ráfaga fría por la espalda, pero ya era tarde… no podía irse.
Le pidió que cerrara los ojos y que se concentrara en la respiración.
Le sugirió que la relajación de sus párpados cerrados cayera hacia las sienes como un líquido cálido y que ese líquido inundara todo su cuerpo, relajando uno por uno los músculos del rostro y, progresivamente, los del todo el cuerpo.
Le dijo que imaginara un lugar agradable y que protagonizara una escena, como si estuviera frente a la pantalla en el cine.
La guía contó hasta diez y le pidió que retrocediera en el tiempo y en el espacio, a través de un túnel imaginario. Al llegar a diez, Guillermo se encontraba en una temporalidad diferente, en otro lugar y en otro cuerpo, aunque seguía siendo el mismo.
Le pidió que las imágenes e impresiones fueran claras. Guillermo en forma borrosa comenzó a ver como flashes: se veía en el campo montando un caballo zaino.
Las imágenes fueron aclarándose, ahora se hallaba en un gran salón —el que tantas veces había soñado—. Se veía bebiendo con ese joven de cabello rojizo. En este punto tomó consciencia de que era su primo Richard
Los dos se encontraban envueltos en una acalorada discusión, era por la herencia de unas hectáreas de campo, que su primo se había adjudicado.
Ésta imagen desaparecía, y ahora se veía tendido en el suelo, un lacerante dolor en el tórax no lo dejaba respirar, su mano derecha había dejado caer un estoque, pero el de Richard estaba clavado en su pecho. Sintió un frío intenso, su rostro reflejaba un gran dolor.
Entonces la guía  le pidió que regresara al presente y a su estado actual, haciéndole mencionar su nombre y dejándolo profundamente relajado, contó desde diez hasta cero y Guillermo salió de trance.

Tres meses más tarde, al comentar con Ana María su regresión, decía:
—Tenías razón me sirvió, ya no he vuelto a tener ese sueño.
—Claro al recordar, dejó de ser un molesto olvido el suceso de tu muerte. En el sueño tratabas de acordarte pero como era un hecho demasiado fuerte, en lugar de recordar te despertabas.