Daniel corrió… ya se oía
el silbato del tren que estaba por arrancar con destino a Buenos Aires.
—Señor, señor —le gritó
un muchacho algo desarrapado desde el andén, que se manejaba en una silla de
ruedas.
Daniel abordó el tren
sin terminar de oír su discurso; siempre le le había molestado la gente que
pedía y más aún si los veía explotar sus problemas físicos.
En ese vagón tan sólo
había dos personas, una viejita con una canasta y un hombre delgado de unos
sesenta años. Se acomodó en uno de los asientos delanteros y se apoltronó del
lado de la ventanilla.
Se arrepintió de no
haber tomado el tren anterior… llegaría con el tiempo muy justo:
La entrevista era a las
siete y treinta, estaría en Constitución aproximadamente a las siete y diez
allí tomaría un taxi hasta la empresa, para hacer más rápido.
Daniel era Licenciado en
Sistemas. Realmente su profesión le gustaba y había terminado la carrera con
uno de los mejores promedios. Hacía un mes que se había presentado, en
“American Online” como postulante, en resolución de delitos informáticos.
Según la nota que había
recibido dos días atrás, él se encontraba entre los únicos tres que
pudieron resolver en su totalidad el cuestionario, de los ciento setenta y dos
aspirantes al cargo.
La oportunidad de su
vida se le había dado con esa empresa, era una de las más importantes del mundo
en su rubro y ahora vendrían empresarios de los EE UU para hacer la selección
de los dos mejores, que irían a trabajar a ese país del norte.
Sabía que uno de los
puestos era para él, no podía fallar, el tema era su fuerte. Sobre “Delitos
informáticos” había sido su monografía, el inglés técnico lo dominaba a la
perfección y los seis meses que había pasado en Chicago le servirían como
práctica en su versión americana.
Se sentía cansado, la
noche anterior no había podido pegar un ojo pensando en la entrevista, sería
por eso que el ronroneo del tren lo sumió en un profundo sueño.
—Señor… escuchó como una
voz lejana. Medio dormido giró la cabeza y lo vio, era el muchacho de la silla
de ruedas, pero esta vez se manejaba con muletas.
—No me molestes más —le
dijo en el peor de los tonos—, el muchacho se alejó y Daniel pensó, que lo de
la silla era para cazar a los tontos.
Miró a su alrededor, la
viejita de la canasta y el señor ya se habían bajado. El sueño nuevamente lo
venció.
Ahora se veía frente a
los dos empresarios de American Online, no hablaban español. Sabía las
preguntas que le hacían sobre ese software. De los otros dos, el más bajito
había fallado por no dominar el inglés americano.
¡No había dudas, el
puesto era de él!
Un penetrante silbido lo
hizo despertar sobresaltado. La potente voz del guarda decía: —“Villa España,
última parada”. Se bajó desesperado.
— ¿Cómo es posible?, yo
viajo a Constitución, le dijo.
— ¿No le avisaste vos
que, desviaría a esta estación? —Le dijo el guarda, al muchacho de la
silla de ruedas que lo acompañaba.
—Sí, dos veces intenté
decírselo pero no quiso escucharme.
—Es que yo pensé…
—Mire: yo no soy ni el
pasajero ni el mendigo, soy empleado del ferrocarril —le dijo el muchacho y se
alejó en su silla de ruedas.