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martes, 18 de septiembre de 2018

EL VIAJE A BUENOS AIRES



El cansancio me había vencido en el largo trayecto desde Tucumán a Buenos Aires, en todo el viaje no había podido dormir y ahora que faltaba poco para llegar, los párpados me pesaban y el paisaje se estaba desdibujando.
No había llevado más ropa interior que la puesta, por lo que decidí tomar por la avenida Santa fe en busca de una lencería.
Me detuve frente a una vidriera, pero todo lo que se veía eran tanguitas como las que usan las chicas.
Una fuerte presión de alguien que me tomó por los hombros me paralizó. Una voz susurró a mi oído:
        — ¿No le parece señora, que alguien que ha estudiado en un colegio de monjas no se puede poner esas prendas?
La presión cedió, pero el impacto me inmovilizó.
¿Quién me podría conocer en Buenos Aires, y saber esas cosas de mi vida?
Lentamente me fui dando vuelta, pero la sorpresa fue mayor cuando comprobé que detrás de mí no había nadie.
La voz me recordaba a alguien, pero yo no conocía a persona alguna en Buenos Aires.
Caminé unos pasos y fue entonces cuando lo vi, se había escondido en la entrada de un negocio vecino y  espiaba. Era Norberto, con casi cuarenta años más, su pelo estaba blanco y escaso, pero era Norberto con sus travesuras de siempre y su ropa informal.
Después de que había terminado su carrera en Bellas Artes, él se fue a Italia para hacer un curso en restauración artística, que se dictaba en Florencia y nunca más había regresado a Tucumán.
Yo era amiga de Marita, su hermana, y Norberto había sido mi amor de adolescente.
La alegría me desbordó, me recibió con un abrazo de oso como en otros tiempos y nos fuimos a tomar un café para conversar tranquilos.
Me contó que después del curso había conseguido trabajo en el Palacio Pitti como restaurador en la Galería Palatina.                   
— ¿Te jubilaste? —le pregunté.
—No, ni pienso, mi trabajo me apasiona.
—Pero algún día tendrás que parar —le dije.
—Ni loco, estoy pasando momentos brillantes en mi carrera. Me mandan para restaurar las obras de arte más importantes de Italia, París, Madrid y toda Europa.
— ¿No te parece mucho trabajo?
—Tengo gente que me ayuda y a quien dirijo.
— ¿Te casaste? —le pregunté
— Sí, con una italiana, en Roma. El matrimonio duró sólo nueve años. Con ella tuve dos hijos que ya se han casado y tengo una nieta: Marina que es mi debilidad. Hace dieciséis años que estoy en pareja con una colombiana, armonizamos bastante pero no hemos tenido hijos. Bueno. Contame de vos. ¿Te casaste? —me preguntó.
 —Sí, ¿Te acordas de Eduardo?, él estaba haciendo el profesorado de historia conmigo, con el que vos me celabas tanto. Sí, al final me casé con Eduardo y nuestro matrimonio fue muy feliz, tuvimos tres hijos, la mayor, Analía, y dos varones, los tres están casados y tengo cinco nietos. Ahora estoy jubilada. Eduardo falleció hace un año y mis amigas para animarme, me arrastran en sus viajes.

Me desperté con los gritos y zamarreos  de Esther que me decía:
—¡Vamos!, despiértate que llegamos a Buenos Aires. ¿Tienes el ticket de las valijas?



Veinte días después, regresé a Tucumán. Lo primero que hice fue visitarla a Marita para contarle el sueño que había tenido con su hermano. Pero grande fue la sorpresa, cuando me dijo que el hermano hacía veinte días que había fallecido. Una colombiana que decía ser su pareja, le había avisado.