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martes, 18 de septiembre de 2018

FIN DE AÑO



El dolor de cabeza y las náuseas, aún persistían para Ana después del año nuevo. Habían comenzado con los estruendos provocados con la tradicional quema de muñecos por la despedida del año, rematándolas con una mezcla terrible de vino tinto, champagne y un don Pedro. 
Un fuerte timbrazo la despertó, miró la hora: eran casi las cuatro de la tarde. Sólo había podido descansar una hora o dos alrededor del mediodía. Su pelo enmarañado hablaba de una noche de terrible resaca.
Era su prima Clara, que, a pesar del gesto de encono, no había descuidado un solo detalle en su atuendo personal: el impecable vestido rosa y su rutinario peinado al que no se le movía un pelo.  
Clara hacía veintiocho años que estaba casada con Alberto. A él que le adjudicaba las cualidades más perfectas y, como no habían tenido hijos, le brindaba una dedicación plena. Habían pasado el fin de año juntas, en lo de tía Quetta como era la costumbre, ese hábito familiar, en el que siempre había desconformes: su tía Sara se quejaba diciendo que ella siempre se mataba trabajando, mientras los otros traían una gaseosa; la prima Lorena estaba molesta porque no toleraba a Clara.
        —Pasa Clara —le dijo con una jaqueca que parecía agudizarse.
        —Vine para que me expliques la sarta de disparates que le largaste anoche a Alberto. —Dijo acomodándose en uno de los sillones del living.
         —No recuerdo nada, le contestó
Y era verdad. Sólo tenía conciencia de que había comenzado a tomar, pensando en Ricardo. ¡Que matrimonio feliz habían tenido! Su mente se había llenado con recuerdos… otras fiestas de fin de año, cuando eran una familia.
Se habían conocido en la Facultad de Ingeniería cuando ella vino desde Chivilcoy para estudiar en La Plata, y en ésta Ciudad se habían quedado a vivir una vez casados.
Después del fallecimiento de Ricardo, los hijos ya no estaban. María Eugenia, casada con un muchacho salteño, se había ido a vivir a Güemes y Ricardito, después de recibirse de arquitecto, consiguió  trabajo en Barcelona.
Se sentía vacía y en esas fiestas su soledad hacía crisis.
     —Le hablaste de su infidelidad y no sé cuántas gansadas más. —le dijo Clara, muy alterada.
     —Ahora entendía. Nunca habría revelado eso estando sobria. Alberto mantenía una relación oculta de quince años. Toda la familia lo sabía, menos Clara, o no querría saberlo para seguir viendo en él al hombre perfecto.
— ¡No te lo habrás tomado en serio, Clara! —le contestó, son sólo bromas de mamada…
      —Yo nunca haría ese tipo de bromas, bebo con corrección -dijo Clara abandonando la poltrona y girando sobre si misma hacia la puerta. —Cuando estés sobria, espero que te disculpes con Alberto –le gritó desde la entrada y se alejó dando un portazo.

Con una sonrisa resignada, Ana se fue a tomar un antiespasmódico, mientras pensaba que el próximo fin de año lo pasaría en Salta.