Un punzante dolor en el
pecho, que me tomaba el brazo izquierdo, no me dejaba respirar.
Gerardo, sin pensarlo
dos veces, llamó a la ambulancia.
Recordé todo el trabajo
que había tenido a la tarde, corriendo las pesadas macetas de la terraza.
Sentí un estado de
agotamiento y nuevamente el dolor… una sensación de ahogo y un sudor frío me
hicieron perder el conocimiento.
Ahora me veía tendida en
una camilla. Sí, aunque parecía raro, yo veía mi cuerpo desde arriba, no sentía
ningún dolor.
Los médicos colocaron un
aparato en el pecho de ese laxo cuerpo, que saltaba a cada golpe eléctrico.
— ¡Qué están haciendo!
—les grité, pero no me escucharon.
Me sentía tan bien y con
un estado de felicidad tan plena, que no tenía interés en volver a mi cuerpo.
Me preguntaba ¿el porqué
de esa felicidad? Fue entonces que vi pasar toda mi vida como una película.
Eran pantallazos que en forma regresiva, se iban presentando. Escenas, que yo
observaba y juzgaba como si se tratase de otra persona. Algunas me gustaban
otras hubiese querido cambiarlas.
Veía imágenes de mi
matrimonio con algunas estúpidas discusiones, el nacimiento de mi hija, el
lugar donde había trabajado, los conflictos de la adolescencia, la infancia con
la muerte de mi madre, también con dos años mirando el casamiento de mi tía y,
por último, en el dormitorio de mis padres, practicando mi primera respiración,
en brazos de la partera. —Era el día de mi nacimiento.
Toda mi vida se había
recreado ante mis ojos, a una velocidad asombrosa.
Tres grandes remolinos
tornasolados traspasaban la pared de azulejos que tenía enfrente.
Una corriente me llevaba
hacia esos oscuros túneles, me dirigí impulsada por la atracción magnética de
uno de ellos. El remolino del medio me absorbió. No sentía temor alguno. Las
chispas que originaban mi paso lo alumbraban en parte. Al fondo, se divisaba
una potente luz.
Cuando llegué a ese
lugar, el túnel había desaparecido, la luz me envolvió, yo sentí una protección,
como nunca había experimentado antes, pensé que así debía sentirme, cuando
estaba en el vientre materno.
El paisaje era similar a
una gran playa. Todo lo que venía a mi mente, se hacía realidad ante mis ojos
Pensé en una rivera y la vi, serpenteando entre las rocas, con su cristalino
río; quise ver una cascada y allí estaba, rodeada de una desbordante
vegetación, un prado florecido. Todo tenía una exaltación de colores tan
hermosos, como nunca antes había visto.
Estaba hermanada con el
paisaje. Me sentí río, cascada, prado. Era parte integrante de todo eso… era
parte del todo.
Fue entonces que pensé
en mi madre, y allí estaba con su dulce sonrisa. No necesitaba abrazarme estaba
en mí. Me trasmitió que debía regresar, que mi misión aún no había terminado.
Yo no quería irme. Fue
entonces que me hizo ver a Gerardo y a la pequeña Laura.
Me sentí nuevamente
arrastrada hacia el túnel.
Una sensación de
pesadez, volvió a mí, cuando entré en el cuerpo. Escuche a los médicos que
decían:
— ¡Está trabajando el corazón!