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lunes, 17 de septiembre de 2018

UNA NOCHE COMPLICADA



Había intentado entrar por la otra puerta, pero algo se lo impidió. Tal vez el mecanismo de la Cerradura, pensó. No, no podía ser… hacía dos días que se la habían cambiado. Era nueva…
Esa maldita costumbre que tiene Matías de trabar la puerta de entrada, cuando sale por las noches; pensó.
Sí, su hijo de veinticinco años, por seguridad, siempre trababa la puerta principal y salía por el garaje, pero esta vez, Ernestina no podía abrir la única puerta de acceso.
Eran las dos de la mañana y ella estaba en la calle, no sabía qué hacer… Se sentó en el umbral de la puerta y trató de comunicarse con Matías, pero, tenía el celular apagado. 
Se sentía incomoda. Una pareja pasó y la miró con curiosidad, tal vez pensaron:
 Que haría una mujer de más de cincuenta años, con un prolijo peinado, elegantemente vestida con un Tellier azul, y una rosa blanca a la derecha de su solapa, sentada en el umbral de un garaje a esas horas de la madrugada.
Los autos pasaban y sus conductores también miraban. Trató de ignorarlos, pensando en cosas agradables:
El cumpleaños de Alcira había estado muy lindo, festejó los cincuenta años en un salón hermoso, contrataron Mariachis y había un servicio de lunch muy variado. Parecía mentira ya cincuenta años…
Ernestina había conocido a Alcira en la escuela primaria, a pesar de que eran muy diferentes habían llegado a tener una hermosa amistad: mientras Alcira tenía un carácter muy autoritario, que la había llevado al divorcio; Ernestina con su serenidad, siempre trataba de atemperar y mediar en los problemas que su amiga tuviese con terceros. Miró la hora
Las dos y media, ¿dónde estará Matías?, pensó. ¿Qué hacía ella a estas horas de la madrugada sentada en el umbral de la puerta? volvió a correrle una ola de temor
¿Y si me voy a lo de Marita?… No está muy lejos, pero no puedo irrumpir a estas horas de la madrugada y despertar a toda la familia.
Ernestina trataba de distraer sus pensamientos.
De todos modos, Matías no tardaría mucho en venir, se decía para tranquilizarse.
Recordó sus primeros encuentros con Luis, los tiempos felices que pasaron juntos. Como flashes le llegaban momentos pasados como el viaje a Salta, con Matías de cuatro años en esa catramina que tenían por auto. Realmente eran felices…
Le vino a su mente el accidente seguido de la muerte de Luis.
Si él estuviese hoy acá ya habría encontrado una solución a mi problema; pensaba.
Cuánto tiempo había pasado…
Con sólo treinta y ocho años Ernestina estaba viuda y con Matías pequeño aún. Nunca pensó en rehacer su vida, se dedicó tiempo completo al cuidado de su hijo.
Hoy, su cabello rubio dorado se veía canoso, el rostro anguloso le daba un aspecto interesante, pero sobre todo ella era elegante.
Sus pensamientos se remontaban al pasado, pero algo la arrastró al presente: un auto gris se había detenido y un hombre alto, canoso, de unos sesenta años, se encaminaba hacia ella. Un temor la sacudió ante el desconocido.
— ¿Puedo ayudarla en algo, Sra.?
—No, gracias —contestó con un hilo de voz temblorosa.
— ¿Ha tenido algún problema? No es seguro que esté sola a estas horas de la madrugada.
Un poco más tranquila Ernestina le contó el problema. —Estoy esperando a mi hijo, no puedo entrar a la casa, pero disculpe, no estoy acostumbrada a hablar con desconocidos.
—Me llamo Juan Carlos Orive, trabajo en el Ministerio de la Producción y estoy regresando de una despedida de casado. ¿Conforme? 
— ¿Cómo es eso de la despedida de casado?
—Un amigo se acaba de divorciar. Realmente su matrimonio fue un fracaso, como el mío. Yo hace cinco años que estoy divorciado.
— ¿Por qué se separaron?
—Hay cosas que un hombre no puede tolerar, como la infidelidad.
—Tal vez encuentre una mujer con más valores —le dijo Ernestina ya metida en el problema.
Un auto se detuvo, era Matías ese joven de casi dos metros de estatura que miraba asombrado a su madre, sentada en el umbral de la puerta con un extraño a las tres y media de la mañana.
—Buenas noches —dijo dirigiéndose desconfiado al extraño, quién respondió amablemente.
— ¡Bueno, por fin! —dijo Ernestina poniéndose de pie.
— ¿Qué pasó? —respondió asustado.
—¡La puerta del garaje no se puede abrir!
Matías sacó la llave, se dirigió a la puerta y sin problema alguno la abrió. Después de mirar la llave de la madre —le dijo:
— ¿Cómo va a andar? te llevaste la llave de la cerradura vieja, la que cambió el cerrajero el otro día.
Ernestina se despidió de Juan Carlos, que le extendió un tarjetita con su teléfono, luego de saludar a Matías.