Había intentado entrar por la otra puerta, pero algo
se lo impidió. Tal vez el mecanismo de la Cerradura, pensó. No, no podía ser…
hacía dos días que se la habían cambiado. Era nueva…
Esa maldita costumbre que tiene Matías de trabar la
puerta de entrada, cuando sale por las noches; pensó.
Sí, su hijo de veinticinco años, por seguridad,
siempre trababa la puerta principal y salía por el garaje, pero esta vez,
Ernestina no podía abrir la única puerta de acceso.
Eran las dos de la mañana y ella estaba en la calle,
no sabía qué hacer… Se sentó en el umbral de la puerta y trató de comunicarse
con Matías, pero, tenía el celular apagado.
Se sentía incomoda. Una pareja pasó y la miró con
curiosidad, tal vez pensaron:
Que haría una mujer de más de cincuenta años,
con un prolijo peinado, elegantemente vestida con un Tellier azul, y una rosa
blanca a la derecha de su solapa, sentada en el umbral de un garaje a esas
horas de la madrugada.
Los autos pasaban y sus conductores también miraban.
Trató de ignorarlos, pensando en cosas agradables:
El cumpleaños de Alcira había estado muy lindo,
festejó los cincuenta años en un salón hermoso, contrataron Mariachis y había
un servicio de lunch muy variado. Parecía mentira ya cincuenta años…
Ernestina había conocido a Alcira en la escuela
primaria, a pesar de que eran muy diferentes habían llegado a tener una hermosa
amistad: mientras Alcira tenía un carácter muy autoritario, que la había
llevado al divorcio; Ernestina con su serenidad, siempre trataba de atemperar y
mediar en los problemas que su amiga tuviese con terceros. Miró la hora
Las dos y media, ¿dónde estará Matías?, pensó. ¿Qué
hacía ella a estas horas de la madrugada sentada en el umbral de la puerta?
volvió a correrle una ola de temor
¿Y si me voy a lo de Marita?… No está muy lejos, pero
no puedo irrumpir a estas horas de la madrugada y despertar a toda la familia.
Ernestina trataba de distraer sus pensamientos.
De todos modos, Matías no tardaría mucho en venir, se
decía para tranquilizarse.
Recordó sus primeros encuentros con Luis, los tiempos
felices que pasaron juntos. Como flashes le llegaban momentos pasados como el
viaje a Salta, con Matías de cuatro años en esa catramina que tenían por auto.
Realmente eran felices…
Le vino a su mente el accidente seguido de la muerte
de Luis.
Si él estuviese hoy acá ya habría encontrado una
solución a mi problema; pensaba.
Cuánto tiempo había pasado…
Con sólo treinta y ocho años Ernestina estaba viuda y
con Matías pequeño aún. Nunca pensó en rehacer su vida, se dedicó tiempo
completo al cuidado de su hijo.
Hoy, su cabello rubio dorado se veía canoso, el rostro
anguloso le daba un aspecto interesante, pero sobre todo ella era elegante.
Sus pensamientos se remontaban al pasado, pero algo la
arrastró al presente: un auto gris se había detenido y un hombre alto, canoso,
de unos sesenta años, se encaminaba hacia ella. Un temor la sacudió ante el
desconocido.
— ¿Puedo ayudarla en algo, Sra.?
—No, gracias —contestó con un hilo de voz temblorosa.
— ¿Ha tenido algún problema? No es seguro que esté
sola a estas horas de la madrugada.
Un poco más tranquila Ernestina le contó el problema.
—Estoy esperando a mi hijo, no puedo entrar a la casa, pero disculpe, no estoy
acostumbrada a hablar con desconocidos.
—Me llamo Juan Carlos Orive, trabajo en el Ministerio
de la Producción y estoy regresando de una despedida de casado.
¿Conforme?
— ¿Cómo es eso de la despedida de casado?
—Un amigo se acaba de divorciar. Realmente su
matrimonio fue un fracaso, como el mío. Yo hace cinco años que estoy
divorciado.
— ¿Por qué se separaron?
—Hay cosas que un hombre no puede tolerar, como la
infidelidad.
—Tal vez encuentre una mujer con más valores —le dijo
Ernestina ya metida en el problema.
Un auto se detuvo, era Matías ese joven de casi dos
metros de estatura que miraba asombrado a su madre, sentada en el umbral de la
puerta con un extraño a las tres y media de la mañana.
—Buenas noches —dijo dirigiéndose desconfiado al
extraño, quién respondió amablemente.
— ¡Bueno, por fin! —dijo Ernestina poniéndose de pie.
— ¿Qué pasó? —respondió asustado.
—¡La puerta del garaje no se puede abrir!
Matías sacó la llave, se dirigió a la puerta y sin
problema alguno la abrió. Después de mirar la llave de la madre —le dijo:
— ¿Cómo va a andar? te llevaste la llave de la
cerradura vieja, la que cambió el cerrajero el otro día.
Ernestina se despidió de Juan Carlos, que le extendió
un tarjetita con su teléfono, luego de saludar a Matías.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario