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lunes, 17 de septiembre de 2018

UNA VEZ EN LA VIDA




La escasa jubilación que percibía me llevó a buscar algún medio para ampliar mis ingresos. Decidí ir a diversos geriátricos y dejar mi tarjeta con una leyenda que decía:
“SE HACEN CAMINATAS”.
Sabía perfectamente que los ancianos necesitan caminar y sus familiares no tienen tiempo o ganas, para acompañarlos en su paso lento y cansado.
No sólo los llevaría a caminar, también harían una especie de terapia contándome la historia de su vida y los problemas con los hijos.
Así fue que conocí a Rosa. Ella había nacido en un campo de San Antonio de Areco, en la provincia de Buenos Aires. —Según me decía:
—Allí lo conocí al Cholo…el Cholo era bueno y trabajador, fue mi primer novio. Yo no me casé enamorada, me casé porque ya estaba en edad de casarme, el Cholo hacía tiempo que me venía rondando y decía que me quería…
Eso me contaba Rosa… esa anciana a la que el paso de los años, había vencido su espalda. Sus ojos, otrora verdosos, se habían tornado de un color indefinido y su cabello blanquísimo hacía de marco a un rostro donde sus arrugas no ocultaban el paso del tiempo.
Sus relatos conservaban la simpleza y pureza del campo.
—Pero sabe —me dijo. —Yo solo una vez le fui infiel al Cholo, y es algo de lo que no me arrepiento. Lo que me hizo sentir ese hombre, nunca lo sentí con el Cholo.
Al evocar a ese hombre sus ojos adquirían un brillo distinto.
Pobre Rosa, casada con un hombre bueno, pero tan torpe que nunca pudo conseguir un orgasmo de su mujer. Ese marido tan mecánico le dio tres hijos y así me contaba:
—Primero nació la Rosita, después el Patricio y, más tarde la Julia. Yo quise que estudiaran, y todos tuvieron estudio. La Rosíta es abogada, el Patricio después que se recibió de ingeniero se fue a Venezuela y la Julia me estudió de maestra… ella es la única que se quedó en Areco.
Más tarde me contó, que para pagar los estudios de sus hijos en la Capital, ella comenzó a trabajar en la estancia “La Candelaria”. Fue allí donde Rosa, por única vez en su vida le había sido infiel a su marido. Se trataba de un amigo del dueño de la estancia, que estuvo de paso por Areco tan sólo dos días y nunca mas lo volvió.
Rosa conoció el goce del amor, por ese breve romance que duró tan sólo unos minutos, pero ella con sus ochenta y cinco años, ya viuda, lo recordaba como “El gran amor de su vida”.