La escasa jubilación que
percibía me llevó a buscar algún medio para ampliar mis ingresos. Decidí ir a
diversos geriátricos y dejar mi tarjeta con una leyenda que decía:
“SE HACEN CAMINATAS”.
Sabía perfectamente que
los ancianos necesitan caminar y sus familiares no tienen tiempo o ganas, para
acompañarlos en su paso lento y cansado.
No sólo los llevaría a
caminar, también harían una especie de terapia contándome la historia de su
vida y los problemas con los hijos.
Así fue que conocí a
Rosa. Ella había nacido en un campo de San Antonio de Areco, en la provincia de
Buenos Aires. —Según me decía:
—Allí lo conocí al
Cholo…el Cholo era bueno y trabajador, fue mi primer novio. Yo no me casé
enamorada, me casé porque ya estaba en edad de casarme, el Cholo hacía tiempo
que me venía rondando y decía que me quería…
Eso me contaba Rosa… esa
anciana a la que el paso de los años, había vencido su espalda. Sus ojos,
otrora verdosos, se habían tornado de un color indefinido y su cabello blanquísimo
hacía de marco a un rostro donde sus arrugas no ocultaban el paso del tiempo.
Sus relatos conservaban
la simpleza y pureza del campo.
—Pero sabe —me dijo. —Yo
solo una vez le fui infiel al Cholo, y es algo de lo que no me arrepiento. Lo
que me hizo sentir ese hombre, nunca lo sentí con el Cholo.
Al evocar a ese hombre
sus ojos adquirían un brillo distinto.
Pobre Rosa, casada con
un hombre bueno, pero tan torpe que nunca pudo conseguir un orgasmo de su
mujer. Ese marido tan mecánico le dio tres hijos y así me contaba:
—Primero nació la
Rosita, después el Patricio y, más tarde la Julia. Yo quise que estudiaran, y
todos tuvieron estudio. La Rosíta es abogada, el Patricio después que se
recibió de ingeniero se fue a Venezuela y la Julia me estudió de maestra… ella
es la única que se quedó en Areco.
Más tarde me contó, que
para pagar los estudios de sus hijos en la Capital, ella comenzó a trabajar en
la estancia “La Candelaria”. Fue allí donde Rosa, por única vez en su vida le
había sido infiel a su marido. Se trataba de un amigo del dueño de la estancia,
que estuvo de paso por Areco tan sólo dos días y nunca mas lo volvió.
Rosa conoció el goce del
amor, por ese breve romance que duró tan sólo unos minutos, pero ella con sus
ochenta y cinco años, ya viuda, lo recordaba como “El gran amor de su vida”.
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