Mostrando las entradas con la etiqueta LA MESA. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta LA MESA. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de septiembre de 2018

LA MESA

LA MESA

Hacía quince días que nos habíamos mudado a ese departamentito de la Recoleta y lo único que nos faltaba era la mesa del living comedor.
Raúl apareció radiante de alegría con la mesa, era usada y la había comprado por Internet. Sólo a él se le podía ocurrir comprar una mesa de ese tamaño y que no armonizaba con ninguno de los muebles del departamento. Era redonda estilo Reina Ana,  no pasaba de ochenta centímetros, color caoba oscuro y para colmo de tres patas que le daban escasa estabilidad.
— ¿Me podes decir, quién come en esta mesa?, o te olvidas que somos cuatro, ¿si invitamos a alguien, dónde lo ponemos? ¡Ubícate!  —le dije en el tono más cordial que me salió.
—Podemos agregar un taburete alto, los chicos no ocupan mucho lugar —me contestó.
—Pero la pueden tirar en cualquier momento, pensá que tiene tres patas —agregue.
—Es una mesa fuertísima, con mucha estabilidad y me dijeron que no tiene un solo clavo… como las de antes ¿viste?
—Sí, como las de los espiritistas. ¿No se la habrás comprado a un espiritista?
No, Esther, no inventes historias.
Nuestros muebles de una moderna línea escandinava no armonizaban con esa mesa del siglo XVII. Le busqué un lugar. Llegué a pensar que sería capaz de crecer como una planta.
Anoche comimos en ella. Aceptó los platos y las copas, pero las fuentes, la botella de vino y las gaseosas, fueron a un taburete alto, que había acompañado a Raúl en sus tiempos de estudiante. Parecíamos estar sentados en un bar. Florencia con sus nueve años, se peleaba con Nahuel de cinco y la mesa se movía peligrosamente.
A la noche, Virginia y Pablo, un matrimonio amigo, vino a visitarnos. Ella siempre ha sido muy despistada, no advirtió la mesa, pero Pablo que es un lince y no se le escapa nada, preguntó: —-señalando la mesa.
 — ¿Y eso?                                                              
—Es una mesa Reina Ana, —dijo Raúl. ¿Te gusta?
— ¡No!, no ves que desentona con los otros muebles, pero te puede servir para hacer una sesión de espiritismo, si quieres podemos probar —le contestó Pablo sonriente.
— ¡Dale! asintió Raúl. Cuando me vio la cara se dio cuenta de que había metido la pata. Pero ya era tarde, Pablo estaba trayendo la mesa y nos estaba indicando los lugares.
—Esas cosas me impresionan dijo Virginia.
Prendimos unas velas, apagamos las luces y pusimos las manos sobre la mesa, según las indicaciones de Pedro.
Éste empezó a invocar a su Abuela. Nada extraño pasaba
—Ahora nos vas a hacer creer que los chanchos vuelan —le dije irónica.
—Tienen que concentrarse —me contestó.
Pasados diez minutos, observamos a la mesa como que se movía y rechinaba. Sentí como una brisa suave en el rostro, de la impresión se me erizó la piel.  
Pedro sacó un papel y una lapicera —entonces que le pregunto: —¿Nona dónde escondiste los dólares cobrados en la venta de la quinta? y empezó a escribir sin detenerse.
Cuando prendimos las luces, Pablo leyó el escrito que decía: “A la entrada, en el pilar de la derecha, entre el quinto y el sexto ladrillo”.

No sé si Pablo encontró los dólares, pero esa misma noche bajé la mesa por el ascensor y la deposité en la calle al borde de la vereda. 
Ha pasado un mes y Raúl todavía me lo está reprochando.