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martes, 18 de septiembre de 2018

POR LA MIRILLA DE LA PUERTA



Me levanté por cuarta vez para agregar una nueva frazada a la cama.
A pesar de la bolsa de agua caliente, acolchados y demás abrigos, estaba tiritando de frío. No podía dormir, mis pensamientos se llenaron de recuerdos: mi niñez, la adolescencia y el prematuro fallecimiento de mi hermana Raquel.
Mi mente me llevó a recordar las aventuras con Ana María, una amiga de la infancia que me arrastró con ella a infinidad de viajes. En el último me había dicho:
— ¿Y si nos vamos a Iquitos?
—Ana, eso está por la selva amazónica. ¿Qué vamos a hacer allá?
—Es un lugar distinto. Te va a gustar —me dijo con una seguridad como si lo conociera.
En verdad tenía razón es uno de los sitios más pintorescos que he visitado. Con sus casitas lacustres que son parte del paisaje y la influencia brasileña que tiene ese territorio peruano.
Desde Iquitos habíamos llegado hasta Leticia, frontera con Colombia y Brasil para hacer compras.
Por el  tranquilo río Marañón fuimos a ver a los Indios Bora y a los Indios Yagua. y como los lugares de selva son tranquilos y silenciosos no pensé jamás que en ese lugar tan pintoresco podía regresar enferma de malaria a Buenos Aires.
La fiebre no cesaba…
Me despertó un fuerte timbrazo en la puerta, la pila de frazadas que tenía encima había hecho su trabajo, estaba empapada.
Me puse mi salto polar rosado, que estaba sobre la cama.
El mareo que tenía hizo que tambalea. Al pasar frente al espejo vi mi pelo enmarañado, que hablaba de esa noche tan molesta.
Con dificultad llegué hasta la puerta de entrada, observé por la mirilla: La imagen que me devolvía el visor me hizo quebrar entre lágrimas y llantos. Me alejé de la puerta. Mis rodillas se doblaban. Un nuevo timbrazo sonó en mis oídos,  todo daba vueltas, estaba a punto de perder el conocimiento.
Como pude, llegué al baño. Un vómito convulsivo me dejó sin fuerzas.
Las piernas me temblaban.
¿Y si estaba equivocada, si había mirado mal?
A los tumbos regresé a la puerta, abrí la mirilla, y mi hermana Raquél, que había fallecido hacía cinco años, estaba allí.
Un fuerte sonido del celular me despertó, estaba empapada en transpiración, bañada en lágrimas y una aureola en las sábanas marcaban mis náuseas…
— ¿Por qué no contestabas, estás bien? es la tercera vez que te llamo —me decía Ana María del otro lado del tubo.