Me levanté por cuarta
vez para agregar una nueva frazada a la cama.
A pesar de la bolsa de
agua caliente, acolchados y demás abrigos, estaba tiritando de frío. No podía
dormir, mis pensamientos se llenaron de recuerdos: mi niñez, la adolescencia y
el prematuro fallecimiento de mi hermana Raquel.
Mi mente me llevó a
recordar las aventuras con Ana María, una amiga de la infancia que me arrastró
con ella a infinidad de viajes. En el último me había dicho:
— ¿Y si nos vamos a Iquitos?
—Ana, eso está por la selva amazónica.
¿Qué vamos a hacer allá?
—Es un lugar distinto. Te va a gustar
—me dijo con una seguridad como si lo conociera.
En verdad tenía razón
es uno de los sitios más pintorescos que he visitado. Con sus casitas lacustres
que son parte del paisaje y la influencia brasileña que tiene ese territorio
peruano.
Desde Iquitos habíamos
llegado hasta Leticia, frontera con Colombia y Brasil para hacer compras.
Por el tranquilo
río Marañón fuimos a ver a los Indios Bora y a los Indios Yagua. y como los
lugares de selva son tranquilos y silenciosos no pensé jamás que en ese lugar
tan pintoresco podía regresar enferma de malaria a Buenos Aires.
La fiebre no cesaba…
Me despertó un fuerte
timbrazo en la puerta, la pila de frazadas que tenía encima había hecho su
trabajo, estaba empapada.
Me puse mi salto polar
rosado, que estaba sobre la cama.
El mareo que tenía
hizo que tambalea. Al pasar frente al espejo vi mi pelo enmarañado, que hablaba
de esa noche tan molesta.
Con dificultad llegué
hasta la puerta de entrada, observé por la mirilla: La imagen que me devolvía
el visor me hizo quebrar entre lágrimas y llantos. Me alejé de la puerta. Mis
rodillas se doblaban. Un nuevo timbrazo sonó en mis oídos, todo daba
vueltas, estaba a punto de perder el conocimiento.
Como pude, llegué al
baño. Un vómito convulsivo me dejó sin fuerzas.
Las piernas me
temblaban.
¿Y si estaba
equivocada, si había mirado mal?
A los tumbos regresé a
la puerta, abrí la mirilla, y mi hermana Raquél, que había fallecido hacía
cinco años, estaba allí.
Un fuerte sonido del
celular me despertó, estaba empapada en transpiración, bañada en lágrimas y una
aureola en las sábanas marcaban mis náuseas…
— ¿Por qué no contestabas, estás bien?
es la tercera vez que te llamo —me decía Ana María del otro lado del tubo.
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