Lo que lo marcó a
Alberto en su vida, fue que nunca se sintió querido por su madre. Tal vez por
ser el cuarto, entre sus siete hermanos. Quizá fue la situación económica, que
obligó a sus padres a enviarlo con una tía abuela a la edad de ocho años, para
que se hiciese cargo de él.
“¡Si, fue a él! ¿Y,
porqué precisamente a él?” Tal vez por ser el más rebelde y difícil de manejar,
había hecho que su padre, un hombre muy estructurado, tomara esa decisión y la
madre no pusiera objeción alguna.
A pesar de que la
solvencia de su tía abuela no era mejor que la de sus padres, ella le brindó
mucho amor y libertad, que le ayudaron a cambiar ese niño díscolo, por un
personaje agradable.
Él llegó a sentir gran
cariño por esa tía entrada en años, pero nunca le perdonó a su madre el
desapego. Ella había sido el primer amor de su vida.
Terminados sus estudios
secundarios se inscribió en Derecho. Fue allí donde comenzaron sus romances.
Primero fue con Marcela, más tarde Lorena, María José… y siguió una lista
interminable. Alberto, con su verba y una buena estampa, se involucraba en
relaciones que eran sólo un desafío, una meta de conquista. Una vez logrado su
objetivo, se lanzaba en busca de otro en forma compulsiva.
No logró terminar su
carrera, pues el trabajo que había conseguido en una imprenta le tomaba tiempo
completo.
Su situación económica,
si bien era algo estrecha, pudo alquilar un monoambiente y comprar el
autito a su compañero de trabajo. Pero la relación sentimental de ese muchacho
moreno, alto de ojos verdosos, no había variado, no le importaba si la presa
era bonita, fea, gorda, flaca, casada, soltera, dulce, agresiva, joven o vieja,
lo único que le importaba era tener una relación oculta, para no interferir con
las otras. Sentirse amado era esencial, pero cuando la relación comenzaba a
echar raíces, buscaba un conflicto y se alejaba.
El gozo que sentía con
sus conquistas, lo compartía con amigos que poco o nada entendían sus objetivos.
Pero esta vez fue
diferente, Carmen, hija de una reconocida familia cordobesa, que vivía en Cruz
del Eje, había abandonado la casa de sus padres, para irse a vivir con él.
Había cortado la relación con su familia, que no lo quería como integrante de la
misma y lo peor del caso, es que estaba embarazada. Alberto le propuso un
aborto que ella rechazó, por lo que se vio obligado a pensar seriamente en
formalizar la situación, ya que en la década del 50 y en un lugar donde todos
se conocían, no se veía con buenos ojos que una mujer soltera tuviera un hijo.
Decidió casarse a pesar de que sus sentimientos hacia ella, no diferían de sus
aventuras anteriores.
Los amigos le
aconsejaban:
—Para tu oficio de
amador, no es bueno casarte y con tus 45 años puedes ser más el abuelo que el
padre.
Al nacer Ricardito, se
mudaron a un departamento más grande. Nunca había querido a nadie como a ese
niño, tal vez porque se veía reflejado en él.
Pensó en cambiar de
vida, pero fue imposible, en forma compulsiva se involucraba en distintas
relaciones amorosas.
Carmen se enteró de sus
andanzas y lo amenazó con irse y llevar a Ricardito a casa de sus padres, con
quienes después del nacimiento del nieto, tenía una buena relación.
Los dos meses siguientes
se dedicó a la familia. Quizá porque realmente quería cambiar, o tal vez
por una alergia que le había tomado todo el cuerpo. Su cara se veía invadida
por ronchas que aumentaban en número, con sus estados de ansiedad.
Un dermatólogo le dio un
tratamiento con corticoides, que no funcionó y lo derivó a un alergista. Éste,
verifico la reacción a las proteínas, frutas y verduras, todo daba normal,
tampoco parecía afectarlo la polinización de las plantas, ni los ácaros del
medioambiente, por lo que fue derivado a un psicólogo.
Alberto siempre había
pensado que a ese tipo de profesionales sólo iban los alienados, por lo que
estuvo esquivando un tiempo la consulta al analista, pero como no encontraba
solución, olvidó esos prejuicios y decidió ir.
Según el psicólogo, la
abstinencia de su proceso compulsivo había dado lugar a esa alergia.
Las preguntas del
profesional lo llevaron a su infancia, también a su juventud y madurez: Como
trofeos, fue enumerando la legión de romances que pasaron por su vida.
Según el analista, a
nivel inconsciente él buscaba a la madre en cada mujer conquistada, para
recibir el amor que ésta no le había dado en su infancia, la que luego
abandonaría, así como su madre lo había abandonado a él.
Pero lo que a Alberto
más lo impactó fue cuando le dijo que en cada una de esas relaciones, sobre
todo lo que buscaba era reafirmar su insegura sexualidad.