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martes, 18 de septiembre de 2018

LA CALLE CASILDA



Después de casarse, Santiago y María Eugenia decidieron cambiar el pequeño departamento en que Vivian por una casa con jardín, ubicada en las afueras de la ciudad, por la calle Casilda.
El lugar era pintoresco, muy alegre de día, pero, como todo paraje suburbano tenía muy poca iluminación por las noches.
La casa se encontraba a escasos metros del puente y desde la ventana del living se divisaba el caudaloso río Pitri que pasaba debajo del puente.
Según los comentarios del barrio, esa pequeña arteria cortada se llamaba así, por Casilda Benavides, hija de una familia de terrateniente que vivía por la zona. En las aguas de ese río se había arrojado la muchacha desde el puente, en el siglo XIX.
La historia permanecía vigente pues muchos comentarios se habían tejido alrededor del tema transformándose en leyenda.
Se decía que por las noches, se veía a la muchacha rondando como un espectro transparente que se esfumaba en pocos segundos.
Según los comentarios, era muy hermosa, sus cabellos rubios caían como una cascada sobre un vestido blanco con puntillas de broderí a la usanza de esa época.
Algunos decían que a su novio lo habían matado por problemas políticos,  otros afirmaban que estaba embarazada cuando se suicidó.
A Santiago, los comentarios de las apariciones de la muchacha le causaban risa, el nunca había creído en esas cosas. A María Eugenia en cambio todos esos rumores le provocaban temor y preguntaba:
— ¿Me puedes decir por qué nos mudamos a este macabro lugar?
—María, hace dos años y medio que estamos viviendo en este barrio. ¿Viste algo raro?
—No, pero ya cuatro personas me dijeron que la han visto con sus propios ojos. No se lo contaron.
Poco a poco, María Eugenia fue abandonando sus temores, estaba embarazada y con Santiago comenzaron a hacer proyectos. Si bien la casa era espaciosa, tenía una sola habitación. Decidieron que, cuando naciese el bebé, se mudarían.
María Eugenia tenía un pequeño ingreso con un micro emprendimiento de cerámica en frío y la distribuía en diferentes negocios.
A la hora de la cena su marido le contaba las novedades de su trabajo. Santiago era abogado y compartía un estudio con su hermano Raúl. Esa noche Santiago se estaba refiriendo a un caso de divorcio que les había llegado y de pronto una música que venía de afuera le hizo detener el relato. Parecía un vals de Strauss, que lentamente iba aumentando de volumen. Pensaron que venía de la casa vecina. Pero no, la casa de los Santtini se veía a oscuras. Pero divisaba desde la ventana, en la calle Casilda, dos siluetas, una de una mujer rubia, con un vaporoso vestido blanco que le llegaba hasta el suelo y volaba con el viento, la otra de un caballero que según su silueta  vestía un Smoking. Por esa calle las dos siluetas se encontraron en el puente y se unieron en el vals. Pasados unos minutos la música ceso y la pareja se fue esfumando.