Después de casarse,
Santiago y María Eugenia decidieron cambiar el pequeño departamento en que
Vivian por una casa con jardín, ubicada en las afueras de la ciudad, por la
calle Casilda.
El lugar era pintoresco,
muy alegre de día, pero, como todo paraje suburbano tenía muy poca iluminación
por las noches.
La casa se encontraba a
escasos metros del puente y desde la ventana del living se divisaba el
caudaloso río Pitri que pasaba debajo del puente.
Según los comentarios
del barrio, esa pequeña arteria cortada se llamaba así, por Casilda Benavides,
hija de una familia de terrateniente que vivía por la zona. En las aguas de ese
río se había arrojado la muchacha desde el puente, en el siglo XIX.
La historia permanecía
vigente pues muchos comentarios se habían tejido alrededor del tema
transformándose en leyenda.
Se decía que por las
noches, se veía a la muchacha rondando como un espectro transparente que se
esfumaba en pocos segundos.
Según los comentarios,
era muy hermosa, sus cabellos rubios caían como una cascada sobre un vestido
blanco con puntillas de broderí a la usanza de esa época.
Algunos decían que a su
novio lo habían matado por problemas políticos, otros afirmaban que
estaba embarazada cuando se suicidó.
A Santiago, los
comentarios de las apariciones de la muchacha le causaban risa, el nunca había
creído en esas cosas. A María Eugenia en cambio todos esos rumores le
provocaban temor y preguntaba:
— ¿Me puedes decir por
qué nos mudamos a este macabro lugar?
—María, hace dos años y
medio que estamos viviendo en este barrio. ¿Viste algo raro?
—No, pero ya cuatro
personas me dijeron que la han visto con sus propios ojos. No se lo contaron.
Poco a poco, María
Eugenia fue abandonando sus temores, estaba embarazada y con Santiago
comenzaron a hacer proyectos. Si bien la casa era espaciosa, tenía una sola
habitación. Decidieron que, cuando naciese el bebé, se mudarían.
María Eugenia tenía un
pequeño ingreso con un micro emprendimiento de cerámica en frío y la distribuía
en diferentes negocios.
A la hora de la cena su
marido le contaba las novedades de su trabajo. Santiago era abogado y compartía
un estudio con su hermano Raúl. Esa noche Santiago se estaba refiriendo a un
caso de divorcio que les había llegado y de pronto una música que venía de
afuera le hizo detener el relato. Parecía un vals de Strauss, que lentamente
iba aumentando de volumen. Pensaron que venía de la casa vecina. Pero no, la
casa de los Santtini se veía a oscuras. Pero divisaba desde la ventana, en la
calle Casilda, dos siluetas, una de una mujer rubia, con un vaporoso vestido
blanco que le llegaba hasta el suelo y volaba con el viento, la otra de un
caballero que según su silueta vestía un Smoking. Por esa calle las dos
siluetas se encontraron en el puente y se unieron en el vals. Pasados unos
minutos la música ceso y la pareja se fue esfumando.
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