Muy pocas veces Guillermo tomaba consciencia de sus sueños, pero lo curioso del caso es que sólo un sueño recordaba y siempre era el mismo: él se veía en la gran sala de un castillo medieval. En las gruesas paredes se veían escudos, grandes cuadros con pinturas, de diferentes personalidades, esculturas dispuestas en huecos de las paredes, como así también colecciones de espadas y sables. Cortinados de pana color púrpura cubrían las altas aberturas de ese inmenso salón. Una gran mesa de roble con gruesa madera, ocupaba un extremo del recinto; las sillas tenían lonjas de cuero en el respaldo y en el asiento, sujetas con tachas cuadradas de bronce. Éstas conservaban la misma rusticidad de la mesa y eran el único mobiliario.
Al fondo de ese gran salón vacío, en el extremo
opuesto había una mesita redonda, junto a una angosta ventanita por donde se
filtraba algo de luz. Allí se encontraba él, acompañado de un hombre joven,
alto, de cabello rojizo. Ambos estaban bebiendo envueltos en una acalorada
discusión. En medio de esa polémica, Guillermo se despertaba.
Esa tarde vino Ana María, era psicóloga y hacía
dos años que estaban de novios. Él le contó que otra vez había tenido el mismo
sueño.
—Una amiga de la Facultad —le había dicho Ana María—,
me contó que fue a una parapsicóloga y le hizo recordar su vida pasada. Podemos
pedir una entrevista, esta mujer vive en Buenos Aires.
—Yo no creo en esas cosas, te inventan cualquier
fantasía —le contestó.
Una semana después Guillermo estaba viajando a Buenos
Aires acompañado por Ana María, rumbo a la parapsicóloga.
Llegaron a la calle Charcas al 700, la mujer vivía en
un lujoso departamento en un tercer piso.
Ana María entró con Guillermo a la sesión.
La parapsicóloga lo hizo que Guillermo se tendiera
sobre un diván y —le preguntó:
— ¿Qué desea conocer de su vida pasada?
—Simplemente me gustaría saber quién era.
— ¿Tal vez piensa que alguna habilidad suya le vino de
vida anterior, o desea develar el origen de algún miedo irracional?
—No, sólo curiosidad —dijo Guillermo y se guardó muy
bien de no hablar sobre el sueño.
—Bueno entonces haremos una sesión libre, y usted irá donde su subconsciente le indique.
—Bueno entonces haremos una sesión libre, y usted irá donde su subconsciente le indique.
Le explicó que le haría hipnosis pero no perdería la
conciencia, como ocurre durante el sueño y que un sector de su mente —el
subconsciente— quedaría atento despierto y sentiría en su cuerpo los hechos.
Cuando a Guillermo le nombraron la palabra hipnosis,
el miedo corrió como una ráfaga fría por la espalda, pero ya era tarde… no
podía irse.
Le pidió que cerrara los ojos y que se concentrara en
la respiración.
Le sugirió que la relajación de sus párpados cerrados cayera hacia las sienes como un líquido cálido y que ese líquido inundara todo su cuerpo, relajando uno por uno los músculos del rostro y, progresivamente, los del todo el cuerpo.
Le sugirió que la relajación de sus párpados cerrados cayera hacia las sienes como un líquido cálido y que ese líquido inundara todo su cuerpo, relajando uno por uno los músculos del rostro y, progresivamente, los del todo el cuerpo.
Le dijo que imaginara un lugar agradable y que
protagonizara una escena, como si estuviera frente a la pantalla en el cine.
La guía contó hasta diez y le pidió que retrocediera
en el tiempo y en el espacio, a través de un túnel imaginario. Al llegar a
diez, Guillermo se encontraba en una temporalidad diferente, en otro lugar y en
otro cuerpo, aunque seguía siendo el mismo.
Le pidió que las imágenes e impresiones fueran claras.
Guillermo en forma borrosa comenzó a ver como flashes: se veía en el campo
montando un caballo zaino.
Las imágenes fueron aclarándose, ahora se hallaba en
un gran salón —el que tantas veces había soñado—. Se veía bebiendo con ese
joven de cabello rojizo. En este punto tomó consciencia de que era su primo
Richard
Los dos se encontraban envueltos en una acalorada
discusión, era por la herencia de unas hectáreas de campo, que su primo se
había adjudicado.
Ésta imagen desaparecía, y ahora se veía tendido en el
suelo, un lacerante dolor en el tórax no lo dejaba respirar, su mano derecha
había dejado caer un estoque, pero el de Richard estaba clavado en su pecho.
Sintió un frío intenso, su rostro reflejaba un gran dolor.
Entonces la guía le pidió que regresara al
presente y a su estado actual, haciéndole mencionar su nombre y dejándolo
profundamente relajado, contó desde diez hasta cero y Guillermo salió de
trance.
Tres meses más tarde, al comentar con Ana María su
regresión, decía:
—Tenías razón me sirvió, ya no he vuelto a tener ese
sueño.
—Claro al recordar, dejó de ser un molesto olvido el
suceso de tu muerte. En el sueño tratabas de acordarte pero como era un hecho
demasiado fuerte, en lugar de recordar te despertabas.
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