Nunca me gustó el tono con que me atendía la
secretaria cuando quería comunicarme con mi marido. Ella era una atractiva
rubia, de unos treinta años, con un rictus amargo en los labios… Sus ojos
celestes le daban una fría expresión en la mirada.
A pesar de que él era el mejor marido, excelente
padre, las dudas comenzaron a atormentarme después del séptimo año de
casados. Y… Gerardo era un reconocido médico, excelente cardiólogo, con una
simpatía arrolladora. Está trabajando junto a él todo el día… ¿qué mujer no se
iba a enamorar?
Esa tarde antes de ir al Banco decidí pasar por el
Hospital, así podría hablar directamente con él, sin tener que escuchar la voz
agria de la secretaria de sala detrás del teléfono.
No había terminado de estacionar frente al
Hospital, cuando vi. la camioneta que arrancaba. Si bien no podía
distinguir su interior, por los vidrios polarizados, no había dudas era nuestra
4x4.
Lo seguí, toqué bocina pero no me escucho, me llevaba
bastante ventaja. Me extrañó la velocidad con que manejaba, Gerardo siempre era
muy discreto.
Pude distinguir la patente… no
había duda era él.
Tomó la avenida de los Césares y
se desvió por la ruta 5. Pasados unos quinientos metros entró en el Hotel
“Las cascadas”.
Con el corazón que se me salía del pecho, aguardé unos
segundos y entré. Ahora iba a poder enfrentar la realidad:
Temblando, llegué a la
administración, pregunté por el señor Gerardo Casal… le dije que era urgente,
pensaba que no me dejaría pasar.
El encargado me condujo a una
habitación del primer piso. Las piernas se me doblaban, creía que me iba a
desmayar cuando llegué, la puerta de la habitación estaba entreabierta, con un
movimiento brusco, la abrí.
Una pelirroja
despampanante semidesnuda, lo miraba… Tendido sobre unas sábanas
rojas, se encontraba un anciano, amigo y paciente de Gerardo, con un
ataque cardíaco, al que estaba tratando de
reanimar.
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