Tal vez fue el
fallecimiento de Raúl y, más tarde, el de su hermana Cora, lo que hizo entrar
en un estado depresivo a Raquel.
Después de veintiocho
años de casada con Raúl, ellos habían encontrado la armonía perfecta. Él era el
amor de su vida, su protector, el hijo que no pudo tener y Cora su hermana
mayor, su única familia y la confidente. Ella siempre tenía la solución para todas
las cosas.
De las pocas amistades
que había cultivado, no le quedaba nada, ya que después de que conoció a Raúl,
se había alejado de todo ese entorno. Ahora estaba sola y sin fuerzas para
seguir adelante. Lo único que quería era dormir para no pensar, sí… la cama la
había atrapado.
¿Dónde había quedado ese cuidado cabello y su esmerado vestir?
Pero algo sucedió que
evitó la depresión total. Fue en la carnicería donde la reconoció a Beatriz,
ellas habían sido compañeras del secundario.
—Vivo en la otra cuadra,
me mudé hace unos días —le dijo.
Raquel le contó la
pérdida de Raúl y le preguntó:
— ¿Te casaste?
—No, estuve en pareja
cuatro años, ahora nos separamos, pero tengo un grupo de amigos muy lindo y la
pasamos muy bien, tienes que conocerlos.
A la semana siguiente,
Beatriz pasó a buscarla, para integrarla al grupo como habían acordado.
Era un grupo religioso
liderado por un destacado político de la década de los sesenta, que después de
perder las elecciones, no se supo de su paradero por siete años, después de los
cuales había regresado para predicar. Decía que se había conectado con la
Virgen y con Jesucristo y que tenía grabaciones de las mismas.
El grupo le brindaba a
Raquel una hermandad como nunca había sentido antes.
Algunas veces se reunían
para festejar cumpleaños, otras para orar por un mundo mejor o cantar. Se
hablaba de volver a los orígenes, a la vida natural, de sentirse libre de los
cargos del pasado y despertarse a diario con la mente despejada y con ganas de
emprender la actividad cotidiana.
Se leían pasajes
bíblicos de “La Revelación” según su propia traducción: “Las cosas anteriores
han pasado, el hombre limpiará toda lágrima de sus ojos y la muerte no será
más, ni existirá ya más lamento, ni clamor ni dolor”
El diecisiete de marzo
era el día, Raquel y Beatriz estaban ansiosas:
Se haría un gran asado al aire libre y, luego de unos
rituales se refugiarían en la iglesia, cerrarían las puertas con llave
tapiarían las ventanas, se rociarían con gasolina y se inmolarían, esperando la
aparición de la virgen que los conduciría al cielo.
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