martes, 18 de septiembre de 2018

LA TRAGEDIA DE SOLEDAD



Cuando ella entró, un remolino de fuego giraba envolviendo la cuna. Metió sus brazos en ese torbellino encendido y rescató al niño.
La ambulancia llegó cuarenta minutos más tarde… era difícil entrar en esos andurriales.
— El fuego ha tomado más del setenta por ciento de su pequeño cuerpo. Seguro que cuando lo sacó, ya estaba sin vida —aseguraron los médicos.
La vivienda de Soledad era muy humilde, ella trabajaba como doméstica en las casas de familia y lavaba ropa en el tiempo que le quedaba libre. Fue precisamente en el momento que ella estaba lavando en el patio de madrugada, cuando la vela encendida que alumbraba en la mesa de luz, cayó sobre las sabanitas de la cuna.
Su vida dejó de tener sentido a partir de ese momento. Ya nada le importaba. Lo había perdido todo, su niño, la casa, el marido, que la acusaba de la muerte del bebé, y ya no le quedaban más lágrimas para llorar. 
Le diagnosticaron una neurosis depresiva, que más tarde fue transformándose en una grave enajenación mental con delirios que los médicos clasificaron como psicosis.
La internaron en un hospital neuropsiquiátrico estatal de alta complejidad.
Después de cinco años de internación y la debida medicación, la enfermedad de Soledad evolucionaba favorablemente.  Ella ayudaba en la limpieza y a las enfermeras en algunas tareas del hospital. Los médicos eran optimistas con su diagnóstico, por lo que la derivaron al Servicio de Rehabilitación Laboral, para la reinserción en la sociedad y la externación, pues pensaron que el alta para ella, no estaría muy lejano.
Una psicóloga formó un grupo de teatro donde la incluyeron y una pequeña obra de Gámbaro fue presentada en el Teatro de la Comedia. 
Todas estas cosas la llenaban de optimismo y jugaban a favor de su recuperación.
Soledad estaba mejorando día a día y  fueron reduciéndole los medicamentos paulatinamente.
Llegó diciembre, los internos, hábilmente conducidos por una psicóloga, organizaban los preparativos para la Navidad. A un gran pino lo decoraron con luces y toda la fantasía de los adornos  fueron fabricados, por los internos en la clase de manualidades: globos de colores, estrellas y campanitas.
El entusiasmo reinaba entre los internos, pero más grande fue la alegría cuando comenzaron a armar el pesebre. El hospital tenía para ese fin, grandes imágenes del tamaño natural. Una habitación se destinó para armarlo: los pastores llegaban al retablo por un camino iluminado por pequeñas lucecitas, escondidas bajo el musgo seco pintado de verde; de un cielo estrellado sobresalía la estrella nova que guiaba a los reyes magos; una lámpara escondida detrás del retablo, hacia penetrar un rayo de luz, que alumbraba la imagen del niño en su cuna de tronco y paja.
Dispusieron a la virgen María y a José a ambos lados y detrás, el buey que daba simbólicamente, calor al niño con su aliento.

Aseguran que fue un cortocircuito de una lámpara lo que produjo el incendio.
Los ojos de Soledad desorbitaron frente al siniestro. Sin que pudieran detenerla, corrió hacia el retablo y, con ese impulso que algunos llamaron instinto maternal y otros locura, salió abrazada a ese muñeco de yeso.


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