martes, 18 de septiembre de 2018

EL EJECUTIVO Y LA NIÑA


  Se quedó en el parque esperando que abriera el Banco, tenía que hacer el depósito para la Robert´s Corporation.

Desde su pulido Volkswagen  metalizado, la observo por largo rato. Desnudó sus pechos aún no desarrollados con la imaginación de un sátiro. ¡Cómo había perdido los valores morales!... Si podía ser su hija, reflexionó, pero no lo era...

Allí estaba ella, sentadita en ese banco del parque, su pelo algo enmarañado, decolorado por el sol, acompañaba la escasa higiene de una carita angelical. Con su raído pantalón y la escotada remera, miraba los niños que jugaban en las hamacas y tal vez pensaba, que estaba demasiado grande para eso, pero en sus ojos se veía el deseo de intervenir.

Él se acerco, se sentó en su mismo banco y le preguntó:

— ¿Cómo te llamas?

—Marina –contestó.

 — ¿Cuántos años tienes?

 —Doce cumplo en abril

 — ¿A qué colegio vas?

 —Hace dos años que no voy a la escuela.

 — ¿Por qué dejaste?

 —Tengo que ayudar a mi mamá.

 —No tienes ganas de tomar un helado y que demos una vuelta, tengo el auto allí —dijo señalando. 

Los ojos de la niña resplandecieron.

Cuando llegaron a la heladería dejó a Marina en el vehículo y regresó con los helados.              

Pasado un rato,  ya iban con rumbo desconocido. Detuvo el vehículo a pocos metros del camino, estuvo jugando largo rato con su pelo, le pasó su mano por el hombro bajando su remera. Los más bajos instintos pasaron por su mente libidinosa. Pero cuando él avanzo sobre sus diminutos senos, ella le dijo con una transparente mirada:

— ¡Mi mamá se va enojar, es demasiado tarde! Mejor nos encontramos mañana, y vamos donde Ud. quiera.

Él, con sus cuarenta y cinco años y su escasa moral, pensó que valía la pena esperar. Retomó el camino de regreso y la dejó en el parque con la promesa de encontrarse a las cinco de la tarde al día siguiente.

Realmente era mejor, él tenía que hacer el depósito y luego ir a la empresa.

  Estacionó el vehículo, buscó los veinte mil dólares y los documentos en la guantera, pero ya no estaban.

Recordó impotente, el momento en que bajó a comprar los helados. 

    "Aseguran los vecinos, que periódicamente se lo ve buscando en el parque, a una niña, con el pantalón raído y sonrisa angelical."

           

 


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