Morales Margarita del Carmen
CUENTOS PARA SER CONTADOS
miércoles, 18 de agosto de 2021
EL CRIMEN
Después
de dar más de cincuenta mil vueltas en la cama decidí levantarme. Poner en
orden el placard, me había agotado.
Nunca
entendí ¿por qué, cuando estoy muy cansada, no puedo dormir? ¡Si se me cerraban
los ojos!...
Fui
a la cocina, miré la hora, eran las cuatro y diez de la mañana, levanté la
cortina, y el Parque San Martín que está enfrente, hizo que se llenara el
ambiente con la luz cálida de los focos de sodio que lo iluminan.
Sin
prender luz alguna puse la pava para el mate, miré por la ventana. El parque
estaba desierto en ese despuntar de primavera, las
hamacas y las ramas de los árboles con sus recientes hojas se mecían con el
viento. La legión de caminantes comenzaba a llegar a las siete,
sólo un ciclista circulaba con su equipo de carrera que posiblemente venía a
entrenarse; cuando en esa calle desierta apareció una camioneta
gris, la seguía una moto con dos personas, llevaban puestos gorros pasamontañas
que sólo dejaban ver sus ojos. Se pusieron
a la par de la camioneta, y el de atrás disparó repetidas veces con un
arma larga sobre la ventanilla y el parabrisas.
La
camioneta se detuvo a escasos metros de mi ventana, la moto salió a toda
carrera. Pude ver la cabeza volteada del conductor. La luz iluminaba la parte
trasera del vehículo y tomé nota de la patente.
Fui
al comedor y llamé al novecientos once, conté lo sucedido, le di el número de
la patente, me pregunto la marca del camioneta, pero como yo poco conozco de
eso sólo le pude decir que era gris y no era un modelo muy actual Cuando
regresé a la cocina la camioneta ya no estaba.
La
policía estuvo en quince minutos, con ellos llegamos a la conclusión, de que el
hombre no debió estar tan grave si se había ido.
Quedaron
en que averiguarían por la patente para saber a quién pertenecía, me dijeron
que era una patente con muchos números como las de antes, se extrañaron de que
no fuese renovada, se marcharon para rastrear el lugar y tratar de encontrar la
camioneta o la moto.
La
impresión me duró varios días. En dieciocho años de estar viviendo frente al
parque, nunca había visto un espectáculo violento en ese barrio tan tranquilo.
Una
semana más tarde recibí una citación de la sección 5ª. Querían saber, si yo me
dedicaba a hacer bromas al novecientos once.
Según
la patente el vehículo pertenecía a Sebastián Rasore, de veintiocho años,
asesinado durante el período del proceso militar, cuando circulaba con esa
camioneta por el parque San
Martín…treinta y cuatro años atrás. La camioneta había sido retirada del
depósito policial y destruida tres años
después del suceso.
martes, 18 de septiembre de 2018
LA TRAGEDIA DE SOLEDAD
EL EJECUTIVO Y LA NIÑA
Se quedó en el parque esperando que abriera el Banco, tenía que hacer el depósito para la Robert´s Corporation.
Desde su pulido Volkswagen metalizado, la
observo por largo rato. Desnudó sus pechos aún no desarrollados con la
imaginación de un sátiro. ¡Cómo había perdido los valores morales!... Si podía
ser su hija, reflexionó, pero no lo era...
Allí estaba ella, sentadita en ese banco del parque,
su pelo algo enmarañado, decolorado por el sol, acompañaba la escasa higiene de
una carita angelical. Con su raído pantalón y la escotada remera, miraba los
niños que jugaban en las hamacas y tal vez pensaba, que estaba demasiado grande
para eso, pero en sus ojos se veía el deseo de intervenir.
Él se acerco, se sentó en su mismo banco y le
preguntó:
— ¿Cómo te llamas?
—Marina –contestó.
— ¿Cuántos años tienes?
—Doce cumplo en abril
— ¿A qué colegio vas?
—Hace dos años que no voy a la escuela.
— ¿Por qué dejaste?
—Tengo que ayudar a mi mamá.
—No tienes ganas de tomar un helado y que demos una vuelta, tengo el auto allí —dijo señalando.
Los ojos de la niña
resplandecieron.
Cuando llegaron a la heladería dejó a Marina en el
vehículo y regresó con los
helados.
Pasado un rato, ya iban con rumbo desconocido.
Detuvo el vehículo a pocos metros del camino, estuvo jugando largo rato con su
pelo, le pasó su mano por el hombro bajando su remera. Los más bajos instintos
pasaron por su mente libidinosa. Pero cuando él avanzo sobre sus diminutos
senos, ella le dijo con una transparente mirada:
— ¡Mi mamá se va enojar, es demasiado tarde! Mejor nos
encontramos mañana, y vamos donde Ud. quiera.
Él, con sus cuarenta y cinco años y su escasa moral,
pensó que valía la pena esperar. Retomó el camino de regreso y la dejó en el
parque con la promesa de encontrarse a las cinco de la tarde al día siguiente.
Realmente era mejor, él tenía que hacer el depósito y
luego ir a la empresa.
Estacionó el vehículo, buscó los veinte
mil dólares y los documentos en la guantera, pero ya no estaban.
Recordó impotente, el momento en que bajó a comprar los helados.
"Aseguran los vecinos, que periódicamente se lo ve buscando en el parque, a una niña, con el pantalón raído y sonrisa angelical."